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Heraldos del Evangelio México

La Eucaristía, eje de la piedad católica

¡Cuán sensible era el Dr. Plinio a la idea de un universo abierto, en el cual la Iglesia Triunfante y la Penitente se unen a la militante! Lo entusiasmaba considerar la acción de la gracia divina, dispensada a ruegos de María en favor de todos, e impetrada por los méritos infinitos del Santo Sacrificio de Jesús, renovado en los altares del mundo entero.

Vosotros hablasteis sobre la triple devoción al Santísimo Sacramento, a Nuestra Señora y al Papa. Monseñor Segur, prelado francés del siglo XIX, llamaba esas tres devociones de “rosas de los bienaventurados”. Podemos decir que son las tres rosas de los contrarrevolucionarios. Vosotros pedisteis que destacase, en la exposición de hoy, la parte referente a la Sagrada Eucaristía. Este es uno de los temas respecto a los cuales más me gusta tratar.

Aunque todos comprendan una misma verdad objetiva, cada uno pone la tónica de la
atención en un punto determinado.

Dado que me pidieron que tratase de la devoción al Santísimo Sacramento en cuanto
vivida por mí, me gustaría comenzar por resaltar lo siguiente:
Todo acto de piedad tiene su justificación teológica; si no funda su raíz en la Doctrina
Católica, no vale de nada. Pero no basta que tenga fundamento en la Doctrina Católica, porque
nuestras almas no son como las páginas en blanco de un libro, en las cuales se puede escribir
libremente. Son almas vivas, que reciben las cosas y viven en relación con estas. Todas las
personas comprenden una misma verdad objetiva, pero cada una pone la tónica de la atención en
un punto determinado, de un modo diferente de las demás personas.
Y uno de los encantos del relacionamiento humano consiste en eso: comunicar lo que,
empero, no se puede decir. Viendo al otro a nuestro lado, percibimos que él notó algo que a
nosotros no nos llamó tanto la atención; hubo una repercusión en su alma, diferente de la nuestra;
no lo sabemos expresar, pero sentimos algo.
Una de las cosas que hacen más agradable la compañía de una persona sucede cuando,
por ejemplo, al visitar un museo, al apreciar una escena humana, al considerar un panorama, esa
persona deja entrever lo que piensa, pero no lo dice.
Aunque se hable poco sobre ese asunto, esto se aplica a las verdades de la fe.

 

La acción de Nuestra Señora se adapta a cada alma

Cuando conocemos una verdad de fe, sentimos en nuestra alma una repercusión que,
aunque no la consigamos expresar, es lo mejor de aquello que degustamos.

Analicemos, por ejemplo, el modo en que nuestras almas reaccionan delante de la imagen
de Nuestra Señora que se encuentra en este auditorio. Es imposible mirarla sin sonreír; es
imposible mirarla sin que una forma de optimismo de la fe sople en nuestra alma.
La acción de Nuestra Señora sobre cada alma se adapta de acuerdo a su carácter único, de
un modo irrepetible. Y en la historia de todas las gracias concedidas por María Santísima – en el
Cielo se verá eso –, hay incontables reacciones posibles en vista de esa pequeña imagen, que
indican las innumerables modalidades por las cuales Nuestra Señora es amena.
Aquí todos están prestando atención en la reunión, pero a veces, por el movimiento
natural de la cabeza, del cuerpo, de los ojos, miran hacia la imagen. Y notan que ella reluce en
sonrisas, así como relucen también las piedritas de la imagen. De acuerdo al lugar en el que la
persona está sentada, se encienden pequeñas piedras de color verde, rojo o azul. La persona,
entonces, se alegra y dice: “¡Oh!, ¡Nuestra Señora!” 
Es un cariño único que Ella tiene con cada uno de nosotros. Porque cada uno es hijo
único de María Santísima. Ella es tan completa y tan perfecta como madre, que, en realidad, es
como una persona para cada hijo. Nuestra Señora es la Madre del Unigénito, del Hijo por
excelencia, y a San Luis Grignion de Montfort le gusta mucho considerar una frase de la
Escritura: Homo et homo natus est in Ea 3 . O sea, una sucesión indefinida de hombres nacerán de
Ella; engendrando a Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen engendró a todos los hombres
para la vida espiritual.
Eso podrá ser visto en el Cielo, y creo que casi que se podría hacer una invocación
especial de Nuestra Señora, o hasta muchas invocaciones, para cada ser. Yo pienso que incluso
todos los seres en el Paraíso cantan las invocaciones de la Santísima Virgen que les son propias,
que son las invocaciones de la Iglesia, pero con una acento propio a cada ser, y ese conjunto
forma la armonía de los coros celestiales.
El asunto está preparado – esta vez la preparación fue larga – para tratar sobre la Sagrada
Eucaristía.

El supremo acto de piedad – la recepción de la Comunión – debe repercutir de una forma especial en nuestra alma

Si esto es así con todos los actos de la piedad católica, naturalmente lo es con el supremo
acto de piedad: la participación en la Santa Misa y la recepción de la Comunión.
La Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, en el cual Nuestro
Señor Jesucristo se ofreció como víctima expiatoria por todos los hombres; Él, el Hombre Dios,
Inocente, en su naturaleza humana pasó por el castigo que Adán nos mereció, y rescató a todos
los hombres.
En el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, la hostia
es consagrada, transubstanciándose en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo.

De la renovación de este sacrificio del Divino Redentor resulta un don inapreciable: su
visita a nuestras almas.

Lo inefable de la Sagrada Eucaristía, sentido por el alma católica

Si Él estuviese sensiblemente presente – está realmente presente –, y yo pudiese ver, por
ejemplo, un pequeño movimiento de su mano divina, y observar su pulso, ¡considerando que allí
pulsa el Sagrado Corazón de Jesús, dado que la pulsación del Corazón se refleja en esas venas!
De esas pulsaciones divinas vive todo lo que tiene vida en el orden espiritual de las cosas. ¡Qué
respeto!
¡Si yo consiguiese, además, tocar la orla de su manto como aquella mujer que se curó al
tocarla! Y si pudiese con ese acto alcanzar, en un momento, el grado de santidad que querría
obtener, ¿no sería natural que me alegrase completamente?
Recuerdo las palabras de un salmo, que me parecen una belleza: “…se regocijarán mis
huesos humillados”. Un individuo está reducido a huesos, a una calavera; ¿puede estar en una
situación más baja? ¡Pero Nuestro Señor dice una palabra y la calavera se rehace, resucita de
júbilo!
Las palabras de Él son palabras de vida eterna. ¡Oír una palabra de Jesús! Él está en la
Hostia; yo no lo veo, pero creo.
Cuando llega la hora de comulgar, Nuestro Señor estará realmente en mí.
¿Será que Él no me va a decir nada?
Sí, en el interior de nuestras almas, Él dirá:
– Hijo mío, cuando dos están juntos, uno siente al otro. ¿Será que cuando Yo estoy en ti
no sientes nada? Oye el lenguaje silencioso de mi presencia, que no te habla a los oídos.
A veces el silencio dice de una persona lo que no llega a expresar la fisionomía, las
maneras, o el modo de ser o la palabra.
“¿Hijo mío, tú sabes eso? ¡Préstame atención! Yo estoy en ti y la gracia te habla. ¿Tú no
sientes nada?”
Así es lo inefable de la Sagrada Eucaristía que el alma católica siente. Puedo decir que
siento algo que comunica luz, amor, fuerza, y permanece en nuestra alma, aunque a muchos les
parezca pasajero.
Gracias a la Sagrada Comunión, la inteligencia se vuelve más perspicaz para los asuntos
de la fe; en cuanto al amor, se abre más a todas las virtudes; en relación a la fortaleza, queda más
dispuesta a hacer todos los sacrificios y la voluntad de luchar se multiplica por sí misma.

¿Cómo repercutirá en el Cielo una Misa celebrada en la tierra?

Esa es una hora de gran solemnidad, para la cual debemos impostar el alma en una
posición de veneración, de gravedad y de seriedad.

A medida en que se acerca la hora de la Consagración, yo no puedo dejar de pensar en lo que debe estar pasando tan solemne, festivo, victorioso y grandioso en el Cielo en ese momento. ¡Qué alegría y qué gloria para Dios! Aun cuando el Cielo y la Tierra hubiesen sido creados para que hubiese una sola Misa, todo estaba justificado.

Al comenzar una Misa, ¿no estarán los ángeles – para emplear un lenguaje antropomórfico – preparándose solemnemente? Me imagino que en ese momento el Cielo debe estar como una corte cuando se va a realizar un acto más grave y más augusto que la coronación de un rey. 

Poco después del tintinar de las campanillas, termina la Consagración y el Cielo relucirá de gloria.

 

¡La Santa Misa causa terror a los demonios!

Hablé de la comunicación de las almas entre sí en la Tierra. Y también respecto a la
comunicación más perfecta de las almas en el Cielo, así como de la visión beatífica. Sin
embargo, esas consideraciones quedarían incompletas si no yo no agregase lo siguiente. Aunque
de cierto modo toda la Creación haya sido considerada sumariamente, falta algo: el infierno.
Cuando se acerca la Consagración, yo me imagino que el infierno queda aterrorizado,
debe rugir de odio y le gustaría hacer explotar el mundo para evitar la celebración de una Misa.
Él sabe la derrota renovada que sufrirá.

La celebración eucarística le recuerda a Satanás el momento de su derrota

Su derrota se dio en el momento en que Nuestro Señor Jesucristo murió y el género
humano fue rescatado. Hubo un sabbat 6 horrible allá abajo, en el cual todos se arañaron y se
atormentaron en términos indecibles.
El alma santísima de Nuestro Señor Jesucristo, sin jamás abandonar la unión hipostática,
fue al limbo – con una alegría prodigiosa para todos los justos, comenzando por Adán y
coronándose en San José – y los llevó a todos al Cielo.
Podemos imaginar a Jesús que, al llegar al limbo, les habló a todos sobre la Redención.
Adán y Eva, que estaban esperando hacía millares de años… San Adán y Santa Eva aguardaban
el momento en el cual aclamarían a su Hijo. Ellos, pecadores, aclamaban a su Hijo Redentor.
La Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio. Y todas esas vergüenzas se le
acumulan al demonio.

El demonio retrocede cuando la persona comulga

Cuando estemos en el Cielo, tal vez tengamos algún conocimiento – que no nos molestará en lo más mínimo – de los rugidos del infierno, y veremos la negrura hedionda y horrible, del mal; y cantaremos entonces con vigor redoblado, porque estaremos aplastando a los demonios.

El maligno hizo tantas infiltraciones en las almas y las agita tan sádicamente, puercamente, criminalmente. Pero cuando la persona comulga crece en ella esa luz del sentido católico, esa fuerza, ese amor, y el demonio retrocede y se queda torturado.

Al acercarse el momento de recibir la Sagrada Eucaristía, podemos decir contra el demonio: “¡Ahora retrocederás, bandido!” De retroceso en retroceso, después de expulsiones provisorias, se llegará a la expulsión total.

Ahí están las consideraciones que pueblan mi alma con motivo de la Comunión.

(Revista Dr. Plinio, No. 156, marzo de 2011, p. 28-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 13.11.82).

La Eucaristía, eje de la piedad católica

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